De cómo el tupé más
odiado del mundo le quitó su Oscar a Mad
Max.
“Cuando eres un niño pobre y vienes de una familia pobre
y un cura te presta atención a ti, es algo muy
especial.
¿Cómo le dices que no a Dios?”
-Phil Saviano, Spotlight.
Spotlight es un
filme dramático de finales del 2015, dirigido por Tom McCarthy. Cuenta la
historia, basada en hechos reales, del equipo de investigación del diario Boston Globe durante los primeros años
de la década pasada (la historia comienza poco antes de los atentados del 11/09/2001),
mientras investigaban y publicaban uno de los primeros reportes masivos sobre
el abuso sexual a menores por parte de la Iglesia Católica.
Marty Baron llega a Boston como el nuevo
director del Globe, y asigna al
equipo de investigación Spotlight
(“¡Ah, por eso se llama así la película…!”) para seguir la pista de una serie
de demandas en contra de un cura local por cargos de abuso sexual, levantadas
algunos años atrás. Mientras investigan más y más a fondo, entrevistando a
varias víctimas traumatizadas, clérigos corruptos, abogados inmiscuidos y
sobornados, descubren que la amenaza del abuso sexual en la comunidad católica
de Boston llega mucho más arriba de lo que ellos habían sospechado, y mucho más allá de Boston. La película
cuenta con un gran elenco, incluyendo a Michael Keaton, Mark Ruffalo, Rachel
McAdams, y Stanley Tucci, entre otros. Ya saben, por si andan de humor de ver a
Batman y a Hulk discutir sobre padrecitos pedófilos.
Como muchos ya sabrán, el pasado mes de
febrero, Spotlight se llevó de forma muy sorpresiva el premio Oscar en la
categoría de Mejor Película, reclamando el galardón que se creía en disputa
únicamente entre The Revenant (“El
Renacido”), de Alejandro González Iñarritu y Mad Max: Fury Road (“Furia en el Camino”), de George Miller, ambas
siendo las que mayor cantidad de premios habían ganado durante la noche.
Incluso Bridge of Spies (“Puente de
Espías”) le ganó el premio a Mejor Actor de Reparto a Spotlight, con todo y que Mark Ruffalo también se aventó un
papelazo. Realmente, nadie (nadie)
se esperaba tal resultado. Pero ¿por qué nadie se lo esperaba? ¿Por qué éste
fue un resultado tan polémico para algunos de los que no nos dejamos atontar
con lo de “No mams, Leo ya ganó un Oscar, vámonos a festejar al Ángel como los
idiotas enajenados que somos!!! LOL-LMFAO-YOLO #valesvergaMéxico”? (Neta que
dan pena ajena…).
“Ni modo, chavo, te la
pelas. ¿Pa’ qué no me contratas otra vez…?”
Para ello, hay que hablar un poco más del
metraje en cuestión. Para ser lo más puntuales posibles, hay que decir que,
ciertamente, Spotlight es una película
excelente, con una interesante trama
casi 100% fiel a los hechos reales en los que está basada, actuaciones
espectaculares por parte del elenco principal (Mark Ruffalo y Stanley Tucci son
especialmente geniales), y que trata un tema de gran vigencia e importancia
social, especialmente para un país con una comunidad católica tan amplia como
la de México, donde las noticias sobre la pederastia en la Iglesia y la
corrupción e ineptitud de las autoridades tanto eclesiásticas como Estatales
son el pan de cada día, tanto así que incluso el “progresista” Papa Francisco
evitó el tema como si fuera la peste. Collón…
Sin embargo, incluso con todo lo anterior
y siendo francos, Spotlight NO
merecía ése Oscar. Neta. Y no nada más porque sea yo un pinche criticón muy
enamorado de mis propias opiniones ni porque “nada me parezca”. A decir verdad,
yo soy de la opinión de que Mad Max, The Revenant e incluso Ex_Machina (de Alex Garland) fueron mejores
películas que Spotlight ya que,
aunque no están cargadas de contenido social, cada una hizo mejor muchas cosas
en muchas áreas diferentes, especialmente Mad
Max, mi personal favorita. Sí, tal vez Spotlight
es una mejor o más importante historia,
pero las otras son mejores películas.
¿Si me explico…? Como sea, realmente no es a eso a lo que quiero llegar con
éste artículo, solo es algo que quería aclarar.
La cuestión aquí es que la Academia de las
Artes y la Ciencias Cinematográficas (o AMPAS,
la organización estadounidense que otorga los premios) simplemente no funciona
como a muchos nos gustaría. La Academia es, antes que nada, una institución que
representa los intereses e ideales de la industria cinematográfica comercial,
frecuentemente conocida como “Hollywood”. Como tal, de la misma forma en que
fingen que las ganancias en taquilla no son un factor determinante para
entregar un reconocimiento, la importancia o el impacto social que pueda tener
una película en particular es algo que a ellos les tiene mayormente sin
cuidado.
En lo que según ellos se enfocan
principalmente, a su tal vez algo cobarde y un poco mezquina manera, es
meramente en las cuestiones cinematográficas
de las obras nominadas, o sea, en las actuaciones, la dirección, la fotografía,
el sonido, etc. Bajo estos estándares, las claras favoritas eran Mad Max y The Revenant. Sin embargo, si fuéramos objetivos, podríamos decir
sin miedo a equivocarnos que Spotlight
merecía el premio por ser una muy buena peli con un tema social actual y
sensible. Pero a la Academia eso le vale madres, porque su tarea es básicamente
defender la forma podrida en la que Hollywood hace y/o controla el cine, por lo
cual lo que menos quieren es meterse en controversias. Entonces, ¿por qué darle
el premio justamente a Spotlight y
meterse en ésa controversia? ¿Por qué no hacer lo que ya se esperaba de ellos,
y que va en línea con su proceder regular, dándole el premio a The Revenant o a Mad Max? Simple: para intentar zafarse de una controversia todavía
más grande en la que ya estaban metidos.
“La verdadera pregunta que todo el mundo se está
haciendo es: ¿es Hollywood racista? […] ¿Es racista como ésos que quemaban
cruces? No. […] Pero sí es racista de otras formas.”
-Chris Rock, 88ª entrega
de los premios Oscar.
Algo bastante irónico es que aunque, como
dije, a la Academia no le gustan las controversias, éstas son inevitablemente
intrínsecas a la propia naturaleza de la institución. Esto se debe, además de a
su papel dentro de la industria del cine, a cómo está compuesta la organización
en sí. No es ningún secreto que la Academia está compuesta, en su gran mayoría,
por hombres de raza blanca, casi todos muy bien acomodados económicamente y por
arriba de los 60 años de edad. Y aunque en un mundo perfecto eso no debería de
importar en lo absoluto… pues éste no es un mundo perfecto en el que vivimos,
por lo tanto esto está jodido, porque todas esas personas que componen la
Academia van cargando consigo sus ideologías conservadoras y sus prejuicios
decadentes de todo tipo. Y éstas se dejan ver no solo en los ganadores, sino en
la misma lista de nominados.
“Incluso mi traje es
racista. Pero yo no, yo solo soy un mal comediante.”
Como Chris Rock no se cansó de recordarnos
durante la ceremonia, la lista de nominados éste año se vio… notablemente
blanca: ni un solo nominado, en ninguna categoría, tenía la piel más
oscura que un ligero apiñonado (ni Iñarritu ni los chilenos que ganaron por
Mejor Corto Animado son muy morenos que digamos). Y aunque uno podría intentar
salirse por la tangente diciendo que simplemente no hubo películas buenas que
involucraran a gente de color durante el 2015, eso sería una total mentira.
Como ejemplo, basta mencionar la película Beasts
of no Nation (“Bestias sin Patria”), dirigida por Cary Joji Fukunaga,
protagonizada por Idris Elba, que cuenta la historia de los niños que son
separados de sus familias y obligados a convertirse en paramilitares durante
las guerras civiles en África. Otra película excelente de temática socialmente
relevante, pero que fue totalmente
ignorada por la Academia. Somos muchos los que pensamos que a Idris Elba le
negaron una nominación que obviamente
merecía por su extraordinaria actuación en ésta peli.
Incluso Straight Outta Hampton, con su temática no precisamente global ni
social (sobre el desarrollo de la actual escena del hip-hop estadounidense) fue
casi universalmente elogiada por la crítica y la audiencia. Y, nuevamente, la Academia
no le hizo el menor caso. Hasta Creed,
que prácticamente es como Rocky 7, resultó tener una recepción tremendamente
favorable. Cabe resaltar que en Creed,
el protagonista es negro, su interés romántico es una chica de color, ambos
elogiados por sus actuaciones, pero el nominado… Sylvester Stallone, el tipo
blanco del hocico chueco. (Todo esto, obviamente, hablando estrictamente de
cine comercial, pues el cine independiente ni siquiera entra en la ecuación,
como siempre.)
Pero tampoco vayamos a creer que esto es
algo nuevo, ni mucho menos. Éste es un problema con el que la Academia viene
arrastrando desde que la Academia existe. No por nada se armó tanto revuelo
cuando Halle Barry se convirtió en la primera actriz de color en ganar un
Oscar. Digo, no se armó tanto revuelo como ahora con el premio de DiCaprio
(bola de ridículos…), pero en su tiempo fue bastante importante. Simplemente
pareciera que la institución se niega casi categóricamente a reconocer que la
gente no-blanca también es talentosa, o algo así. Como si estuvieran
permanentemente atrapados en los años 50’s del siglo pasado, o como si todos
fueran miembros del partido Republicano de Gringolandia (más sobre eso algunos
párrafos adelante). Y es un problema del que cada vez la gente está más
cansada, incluyendo a los mismos trabajadores de la industria del cine,
especialmente actores y directores.
Dado el alto nivel de controversia y de
críticas lanzadas contra la Academia por éste motivo durante los últimos meses,
incluso con peticiones para boicotear el evento desde semanas antes de la
última ceremonia, no sería muy descabellado sospechar que el premio otorgado a Spotlight fue más bien una salida fácil,
premiando a un filme “socialmente consciente” para intentar tapar un poco su
propio nivel de desconexión e indiferencia social. Aunque eso no nos dice
claramente qué necesidad tienen de ello, realmente. Bien podrían haber hecho
como tantos años anteriores y hacer oídos sordos a las críticas, ¿no? Hacer
como que no pasa nada. “¿Qué, cuál era el pedo? No supe.” Pero no.
Tal parece que en ésta ocasión la presión
social fue suficiente como para obligarlos a intentar hacer algo al respecto. Y
sí, su “solución” únicamente demuestra que fracasaron casi cómicamente en
entender el punto. Lo que la gente quería no era un premio de consolación de
“conciencia social”. Lo que la gente quería (y quiere) es que el trabajo de todos
estos creadores y realizadores sea reconocido más equitativamente, aunque sea,
repito, dentro de los jodidos confines del cine comercial. Pero la cosa no se
acaba ahí. No es por nada que la Academia intenta limpiar aunque sea un poquito
su imagen. No es nada más en los Óscares donde la cuestión de la intolerancia
racial y cultural está dejándose sentir. Es un problema social generalizado en
Estados Unidos; una especie de cáncer obsoleto que se niega a ser extirpado de
la sociedad norteamericana.
“Qué gran oportunidad para ésta generación de
verdaderamente liberarnos de todo prejuicio y pensamiento tribal y asegurarnos, de una vez por todas, de que
el color de la piel se convierta en algo tan irrelevante como la longitud del cabello.”
-Alejandro González Iñarritu, 88ª entrega de los premios Oscar.
No es noticia para nadie, o al menos eso
espero, que el racismo ha sido una de las más deplorables características de la
historia y de la vida social estadounidense. Con esto no quiero dar a entender
de ninguna manera que sólo en E.U. existe el racismo. Al contrario: el racismo
es una de las formas de discriminación más estúpidas y, sin embargo, más
extendidas en la sociedad humana. Incluso en México tenemos un serio problema
de discriminación contra nuestros pueblos indígenas del cual aún no nos hemos
podido desprender por completo, porque los mexicanos tampoco somos tan “buena
onda” como nos gustaría pensar. Sin embargo, tampoco sería razonable el negar
que, en E.U., el problema es lo suficientemente grave como para haberse
convertido, tristemente, en una de las características más notorias de su
sociedad y su historia en particular.
Pero no me voy a poner a darles clase de
historia en éste momento, simplemente porque tengo mejores cosas qué hacer
(como ver Sicario). También ustedes
hagan un poquito de esfuerzo: agarren cualquier libro que hable de historia
estadounidense (o búsquenlo huevonamente en Wikipedia, o algo) y podrán
comprobar que E.U. es un país forjado principalmente sobre la explotación
desmedida y casi dolosa de cualquier raza que no fuera blanca. Indios nativos,
negros, mexicanos… y eso sin contar a todos a los que han ido a invadir durante
el último medio siglo, como los vietnamitas, los árabes, los palestinos, y un
preocupantemente largo “etcétera”.
Y ya puedo imaginarme los comentarios de
toda esa gente en Facebook y demás diciendo “Oye, pero Obama es un presidente
afroamericano mucho más progresista que los anteriores, y que respeta a las
minorías, y que se puso buena onda con Cuba, y que se saca los chistes en sus
conferencias y en su twitter y es en general bien chévere y todos los hípsters
lo amamos.” En primera: a nadie le importa tu opinión, hípster. En segunda, el
que sea un “negrito buena onda” no cambia el que siga siendo el Presidente de
los Estados Unidos “de América”, con todos los intereses mezquinos y jugadas
chuecas imperialistas que ello implica.
“Gracias, Obama…”
Pero no es precisamente Obama Cucurumbé
quien más nos preocupa actualmente. En realidad, supongo que la mayoría de
quienes estén leyendo con atención ya se estarán imaginando hacia dónde va la
cosa. O, más bien, hacia quién. Donald Trump es, al menos hasta el momento en
que escribo éstas líneas, el pre-candidato más popular a la presidencia de
E.U., por parte del partido Republicano, o sea, el partido gringo
ultra-conservador. La ideología de éste partido se puede comparar con una
combinación de las costumbres más corruptas y draconianas del PRI, con las
políticas más imperialistas, puritanas e hipócritas del PAN. O sea que está
bien culero el asunto. Y la cosa se pone peor, cuando vemos que sus
contrincantes dentro del Partido Republicano llaman a Trump cosas como “loco”,
“ridículo” o “extremista”, regularmente en combinaciones como “locamente
extremista” o “ridículamente extremista”.
Pero no, niños, esto no es cosa de risa.
Donald Trump no es la primera persona en la historia a quien sus contrincantes
políticos intentan ridiculizar por sus ideales “extremos” o “radicales”. Si
ustedes saben analizar la historia, especialmente la historia de las diferentes
ideologías políticas y filosóficas, el rápido incremento en popularidad e
influencia del que han gozado Trump y su tupé, les recordará a alguien más,
específicamente, al viejo loco y malnacido de Adolf Hitler (y su bigotito, por
supuesto). Y ni se les ocurra empezar a sonreír “irónicamente” pensando “… éste
wey ya nomás está escribiendo sátira que ni tiene que ver con lo de los
Oscares, ni las películas, ni nada. Trump y Hitler, ¿qué pedo…?”.
“Voy a construir un gran, gran muro en nuestra
frontera sur, y voy a hacer que los mexicanos
paguen cada centavo que cueste ése muro. Marquen
mis palabras.”
-Donald Trump, discurso de campaña.
Porque ojalá el tiempo y Cthulhu prueben
que me equivoco, pero el desestimar la carrera presidencial de Trump y su tupé
como una simple rutina cómica que se salió de control puede terminar siendo un
error muy, muy trágico, especialmente para México. Basta con analizar algunas
de sus declaraciones, propuestas y estrategias políticas para darse cuenta de
que la comparación con el Gran Bigote Nazi no es ridículamente descabellada,
sino preocupantemente plausible. Pero por si no les queda claro, o si sienten
que estoy hablando muy “universitariamente”, vamos a analizarlo juntos.
En primera, al igual que lo hizo Adolf Hitler una
vez que se halló en la cumbre de su influencia dentro del partido Nazi, Trump
se ha dedicado a culpar a ciertos grupos específicos de inmigrantes de todos
los problemas por los que pasa su país actualmente, prometiendo a su vez
erradicar a dichos grupos de la sociedad. Para Hitler, eran los judíos y, hasta
cierto punto, los eslavos (o “soviéticos”, como él los llamaba a todos). Para
Trump, son los latinos, especialmente mexicanos y, hasta cierto punto, los
refugiados de las zonas en conflicto de Medio Oriente (o “musulmanes”, como él
los llama a todos). Al igual que Adolf, Donald tacha a todos los integrantes de
dichos grupos como delincuentes, indeseables que sólo propagan el crimen y los
vicios a donde sea que vayan, mientras les roban los trabajos a los verdaderos
ciudadanos, tan honestos y trabajadores.
No es difícil ver como tal argumento se contradice
a sí mismo. Aunque yo no voy a negar que obviamente muchos de los inmigrantes
latinoamericanos o de Medio Oriente (o sus descendientes) que habitan en E.U.
se dedican a diversas actividades ilícitas (porque también aquí lo hacen), hay
que ser de plano idiota para no darse cuenta de que hay muchos “honestos y
trabajadores” ciudadanos estadounidenses (blancos, rubios y de ojos claros) que
se dedican de la misma manera, o incluso de manera aún más prolija a éstas
mismas actividades. Por no decir que los principales clientes y/o consumidores
de éstos delincuentes son, justamente, los “honestos y trabajadores” ciudadanos
estadounidenses.
Luego, Trump contradice su propio argumento
diciendo que éstos inmigrantes les roban sus trabajos a los buenos ciudadanos
de E.U. Obviamente, al igual que la vasta mayoría de la humanidad no se dedica
al crimen, sino a trabajar para sobrevivir, la vasta mayoría de los inmigrantes
(legales o ilegales) que llegan a Gringolandia, no se dedican al crimen, sino a
chambear, como lo harían en cualquier otra parte del mundo donde se les diera
la oportunidad. Pero claro, Trump no va a aceptar que se contradice, eligiendo
la más sencilla opción de inventarse que los inmigrantes son tan criminales y malvados, que hasta la
chamba se roban. Neta. ¿Y cuáles son éstos trabajos que los inmigrantes se
roban con tanta alevosía? Pues los trabajos que los buenos ciudadanos de E.U.
no se atreven a tocar ni con una vara de 3 metros, como el trabajo doméstico,
el trabajo rural, de construcción, puestos de meseros, camareras, clerks en tiendas y supermercados, etc.
En realidad, los inmigrantes no se roban ni madres (en términos de
oportunidades laborales), simplemente aceptan sin mayor problema todos aquellos
trabajos que los “honestos y trabajadores” ciudadanos estadounidenses no
quieren hacer, porque son demasiado bajos o denigrantes para sus blancas y
limpias manitas.
Aquí podemos ver a un maléfico
inmigrante mexicano, robando trabajos americanos
con lujo de violencia.
Pero bueno, sigamos con lo de nuestra comparativa.
Otra cosa que Donald hace similar a Adolf, es vender su particular odio racial
como una fuente de esperanza para otro sector vulnerable: los pobres. Porque
¿cómo le hizo Hitler para alcanzar tal popularidad con tanta mierda disparatada
que salía de su boca? Simple: apuntándola hacia quienes más fácilmente se
pueden manipular, o sea, los pobres y los obreros, los más marginados e
impedidos en términos económicos y educativos, aquellos que no saben gran cosa
de política ni de leyes, pero que si comprenden conceptos sencillos como “nosotros” y “ellos”, y que pueden impresionarse fácilmente con frases como “los
trabajos y los bienes que les arrebatemos a ellos, se los daremos a ustedes”. Justamente eso es lo que Trump hace
con otro de los sectores vulnerables en E.U.: los obreros y los jóvenes
afroamericanos, habitantes de los ghettos,
que no ven ningún futuro mejor delante de ellos, y a quienes incluso las
promesas de un sujeto tan nefasto como Donald Trump les parecen esperanzadoras,
en especial comparadas con lo que tienen ahora, que es casi nada.
¿Se
acuerdan de como Hitler, cuando vio que no podía deportar a todos ésos molestos
inmigrantes de regreso a la U.R.S.S. o a Medio Oriente, decidió simplemente
hacinarlos en campos de concentración, en lo que decidía que hacer con ellos
(matarlos a todos)? Pues Trump y su tupé tienen casi exactamente el mismo plan.
Claro, Trump no cuenta con campos de concentración en su rancho, porque ya
estamos en el siglo XXI y al menos una que otra persona se sacaría de onda con
eso, pero hay otra cosa de las que tiene bastantes, y ésas son cárceles. Y esto
no solo es como algo que yo adiviné, o una cosa así. Al contrario, es una de
los lineamientos principales de su campaña, e incluso está publicado en su
sitio web. En resumen, su plan es deportar masivamente a todos los inmigrantes
ilegales que pueda de E.U. El resto, simplemente se van a la cárcel. Claro,
esto causaría una enorme sobrepoblación en su sistema penitenciario, para lo
cual no ofrece una solución clara en su campaña, pero que podemos asumir que
solucionará con medidas draconianas, como la pena de muerte, o las
desapariciones, usando una de las jugadas que, irónicamente, el gobierno de
E.U. le enseñó a varios gobiernos latinoamericanos en el pasado.
Finalmente, la que podría ser la similitud
más obvia pero, irónicamente, la más ignorada entre Donald Trump y Adolf
Hitler. A principios de los años 30 del siglo pasado, prácticamente nadie en
Alemania tomaba en serio al bigotudo de la suástica. Era simplemente un
chaparro creído que había sido mal pintor, mal soldado, y que ahora estaba
amargado y ardido y quería desesperadamente la atención de todos. Y al final,
miren lo que pasó. Algo similar podría decirse de Trump. Entre más popularidad
gana, más lo quieren ridiculizar sus opositores, burlándose de su vulgaridad,
de sus programas de T.V., de su tupé, de sus gestos estúpidos… Obviamente, tal
estrategia no está funcionando, de la misma forma en que no funcionó con
Hitler.
Sin embargo, también hay algunas diferencias
importantes entre ambos personajes. En primera, a diferencia del chaparro
alemán, Trump nunca fue soldado, ni político. Trump es, antes que ninguna otra
cosa, un empresario, un burgués rapaz para el cual lo único que importa, en el
fondo, es la ganancia económica y personal. Para el, lo más importante no es el
resultado de las elecciones. Gane o pierda, para él da lo mismo: él gana. Así
de sencillo. Porque lo importante para él, es la atención que los medios le
otorgan cuando dice una y otra estupidez en televisión internacional. Porque,
como dije antes, Trump no es un político; Trump es un showbiz-man (una persona que se dedica al negocio del espectáculo o
“show business”), para quien el rating tiene prioridad sobre cualquier nivel de
aprobación política. Él sabe que después de las elecciones, independientemente
de quien termine sentado en la Casa Blanca, cualquier producto que tenga
estampado el nombre de Donald Trump va a generar todavía más dinero de lo que
generaba antes.
Éste tipo hace algunos de
los peores programas de T.V. del mundo. Y hay gringos que lo quieren como su
presidente…
Pero la cosa no se acaba ahí, porque aunque
Trump no gane, el problema sigue estando ahí. Hay que entender que, a pesar de
lo que parecería evidente, Donald Trump no es el originario ni el culpable del
problema de intolerancia étnica y cultural que afecta a los Estados Unidos. Lo
único que él hizo, en su calidad de showbiz-man,
fue explotar una condición que ya existía previamente en el pueblo
norteamericano, cimentada en más de 200 años de educación impartida por un
sistema imperialista e inhumano. Y el hecho de que Donald esté teniendo una
carrera presidencial tan exitosa, al menos hasta el momento, no más que un
síntoma del preocupante aumento de éstas ideologías retrógradas y dañinas. Y
así como Hitler no fue el último dictador de la historia, Trump no será, ni por
asomo, el último candidato de su tipo.
“Chicos, escuchen. Todo el mundo va a estar interesado en
esto.”
-Walter Robinson, Spotlight.
Afortunadamente, no todo está tan perdido e
inevitablemente destinado al agonizante apocalipsis étnico como parece. Aún queda
un poquito de esperanza. Porque, volviendo bruscamente a lo que estábamos
hablando al principio del artículo (sí se acuerdan, ¿no?), el hecho de que la
Academia se haya sentido tan incómoda por éstos asuntos como para darle el
premio a una película con cierto contenido y crítica social, habla de que, a
pesar de todo lo dicho anteriormente, en Estados Unidos también hay mucha,
mucha gente que quiere un país y un mundo mejor para todos, una sociedad que no
esté gobernada por la bola de abortos humanos que plagan la política
norteamericana. Y en éste caso, ni siquiera importa lo hípsters que sean. Por
ésta ocasión, los perdono un poquito.
Bueno, como ya vimos, el mundo de la
política, el arte y el espectáculo están mucho más ligados de lo que muchos se
imaginaban (y de lo que a muchos les gustaría). Pero no se trata nada más de
eso. Aún tenemos que sacar la cabeza todavía más del culo y darnos cuenta de
que todo eso que pasa allá, también nos afecta aquí, en Mexicalpan de las Tunas
Podridas. Quisiera pensar que para nadie es muy difícil imaginarse lo feo que
se pondría la cosa aquí si un candidato como Trump se convirtiera en presidente
de Gringolandia. De por sí México ya es como una colonia no-oficial de Estados
Unidos, económica y políticamente. Si Trump o alguien como él ganara, no duden
en que tardaría muy poco tiempo en convertir a México en el ghetto más grande
de la historia. Algo así como Tepito de noche, pero a todas horas y con mucho
menos comercio. Así que aguas, México, aguas…
También nosotros tenemos aunque sea un
poquito de poder para evitar que las cosas se vayan tanto al carajo. En
primera: levantando la voz, declarando a todo pulmón nuestro repudio, como
pueblo y como nación, ante tipos nefastos como Donald Trump, Enrique Peña
Nieto, Laura Bozzo, Justin Bieber y demás mierda de “humanidad”, ojetes que
solo buscan el empobrecimiento económico e intelectual de la clase trabajadora
del mundo. En segunda, también tenemos el poder de elegir el tipo de arte y
espectáculo que queremos consumir. Como ya dije hartas veces, aunque Spotlight no merecía ése Oscar, sigue
siendo una película excelente, hecha con honestidad e integridad artística,
cosas que hacen mucha falta en el cine actual. Basta de darle nuestro dinero a
basuras como Rápidos y Furiosos 11, o Terminator 8, o Transformers 6. Hay que
apoyar el cine de Calidad, el cine independiente. Neta, la próxima vez que
quieran ver una película, en vez de desperdiciar su dinero en el seguramente
horrible remake de Los Cazafantasmas, o el de Ben Hur, mejor denle un chance
a alguna de la películas que mencioné en éste artículo, por ejemplo. Y ya no se
me ocurre qué otra cosa decir para cerrar el artículo. Bye.
Ésta mamada fue la película
más taquillera del 2015 en el país. Me dueles, México…
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